Nota que realizó el diario Infobae a nuestra directora María José Herrera
Por Luciano Sáliche
En el imponente Museo de Arte de Tigre, su directora María José Herrera recibió a Infobae. Mientras se exhiben las obras de Ernesto Deira, las colecciones de Scheimberg y la de Nueman sobre Antonio Berni, un diálogo sobre el rol del museo y la figura del coleccionista, entre otros temas.
Bajo un cielo altísimo, el Museo de Arte de Tigre (MAT) es un edificio inmaculado a orillas del espeso río Luján. Columnas dóricas, portones de hierro, pilastras, mármol de Carrara, ornamentos, guirnaldas, bronce, faroles, cúpulas, césped, todo este juego arquitectónico nació en 1910 cuando la firma francesa Dubois y Paul Pater emprendió la tarea constructora. La alta sociedad -más precisamente, la membresía del Tigre Club- bailaba por las noches y disfrutaba del río por la tarde. Había, incluso, un casino funcionando allí adentro. Con el tiempo todo quedó en desuso. En el 74 se expropió y en el 98 se comenzó a restaurar con un objetivo claro: que sea un gran museo de arte. En 2006 abrió sus puertas. Hoy tiene 11 años de vida y una imponencia que parece milenaria.
Al ingresar, tres muestras lo dotan de vitalidad. La primera es quizás la más importante: Ernesto Deira, los fragmentos del conflicto. Los dibujos del pintor de la Nueva Figuración aquí expuestos están cargados de una tensión que, al nutrirse de líneas temblorosas y enruladas, hablan de un horror siempre cercano, siempre acechante. Como si su boca volviera del pasado para decirnos: esto también pasó.
La segunda es la colección Berni del doctor Mauricio Neuman. Mucho xilografía y xilocollage pero también óleo sobre tela, las pinturas del creador de Juanito Laguna y Ramona Montiel llenan de trazos gruesos la habitación empaquetada. Por otra parte, la tercera muestra es otra colección, la del abogado casarense Simón Scheimberg, titulada Arte para el pueblo. En ese conjunto de cuadros de paisajes impresionistas, naturalezas muertas, arte abstracto, retratos y hasta algunas esculturas dan cuenta de las decisiones estéticas e ideológicas del coleccionista: un hombre sensible a las migraciones forzadas. Pero, ¿cuál es la importancia de los coleccionistas en la historia del arte? Un actor invisibilizado por su rol de gestor o un simple aficionado que, en muchos casos, termina realizando un aporte valiosísimo a la sociedad: donar sus obras a los museos, acercarlas a la población.
En la planta de arriba, luego de una escalera inmensa de mármol y el murmullo de unos 50 chicos que dibujan sobre una mesa larga mientras los guías educativos les cuentan sobre las virtudes del arte, está la oficina de la directora del MAT, María José Herrera. Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires, experta en arte argentino y contemporáneo, habla de forma clara y pedagógica mientras toma café negro en un pocillo sin manija.
– La figura del coleccionista suele pasar desapercibida para el público, ¿cuál es su rol?
– En la historia, los coleccionistas eran conocidos por los más expertos. Pensá en cómo se formaron las colecciones imperiales, que después esas colecciones se nacionalizan y conforman los grandes museos. El Papa Médici era un gran coleccionista y un gran mecenas. El coleccionista siempre existió y es más conocido dentro de lo académico y de lo experto. Hoy también salen a la luz masiva. Con la existencia de las ferias de arte, existen programas especiales para coleccionistas que vienen del exterior a conocer acá, y viceversa. Se trata de uno de los protagonistas del campo artístico en la producción, en la circulación y en el consumo. Es un consumidor que a su vez tiene la posibilidad de que su colección tome estado público a partir de las exposiciones, lo cual le da rédito y estatus social, pero también es una acción filantrópica: poder compartir con los demás lo que tiene. Una cosa es el arte de un artista y otra es la colección de un coleccionista. Esa colección es arte en contexto, en el contexto de quién la crea, de cómo la crea, de cuáles fueron sus elecciones afectivas o profesionales, o de inversión. Muchos coleccionistas compran para invertir. Hablar de los coleccionistas es hablar del tejido social de arte.
– ¿Termina siendo una especie de curador también?
– Sí, al exponer su colección exponés sus selecciones. En ese sentido sería un curador. Pero lo que pasa con la curaduría es algo más que selección, es interpretación. Se habla de curaduría cuando a ese conjunto se lo interpreta de determinada manera, se muestran algunas, otras no. Yo, sobre la colección Scheimberg, no mostré las 156 obras, estoy mostrando 107. En ese recorte hay un criterio que es del curador, no ya del coleccionista. El coleccionista es el curador de su casa, no de la colección en el museo.
– En este sentido, ¿cómo pensar el museo público en relación con el privado?
– No es lo mismo un museo público como el Museo Nacional que es enorme y tiene una colección de 14 mil piezas a un museo como el nuestro, que si bien es gubernamental, tiene 200 y pico y están en una ciudad de las afueras y no en el centro. Es decir, dentro de lo público y lo privado hay distintos modelos. Yo creo que ambos son públicos, porque público es todo lo que es accesible a la visibilidad del ciudadano. En ese sentido todos los museos, ya se sostengan o no por fondos privados, tienen un compromiso público. Lo que cada vez se nota más es la aproximación entre estos dos modelos. Antes se podía decir “los museos públicos muestran arte argentino y los privados, que tienen más plata, pueden traer cosas de afuera”. Eso sí puede seguir sucediendo, si hablamos del MALBA, por ejemplo, que tiene un poco más de arte internacional que los museos públicos. Pero es relativo porque todo es cuestión del interés que uno tenga. Siempre existió el sponsoring y vos podés fidelizar empresas que te permitan traer muestras del exterior. Yo no soy de esa política, porque con lo que gasto en traer una muestra del exterior hago tres maravillosas muestras de arte argentino. Me parece que tiene más sentido. Ese es el lugar que encontré en este museo: ofrecer panoramas y retrospectivas del arte argentino.
María José Herrera se hizo cargo del MAT en el 2014, este es el cuarto año que lleva como directora. Su trayectoria es larga, hace 30 años que se desempeña en los pasillos estatales. Estuvo mucho tiempo en el Museo de Bellas Artes y también, aunque de forma breve, en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo). Desde que llegó a este destino, su objetivo fue construir “una colección más plural” que incluye, por ejemplo, dejar de estar circunscrito al arte figurativo y explorar el arte abstracto. “Veo a la comunidad muy comprometida con el museo, viene, visita, le encanta, se identifica. Ya es un ícono y un referente de la Provincia de Buenos Aires, es el más importante. Entonces un museo es una colección y es una producción de conocimiento en torno al arte”, le dice a Infobae.
Si bien es un edificio antiguo, símbolo de la bisagra entre el siglo XIX y el XX, el MAT tiene apenas 11 años de vida. Ingresar por su jardín hasta introducirse en las entrañas de sus salas llenas de ornamentos exquisitos es una tarea contradictoria. ¿Fantasmas nuevos en una mansión de antaño? Las obras funcionan en esa tensión del tiempo que propone este particular museo a metros de las aguas verdes del delta. “A mí me interesa mostrar la colección pero también otras cosas que le den un dinamismo al museo. Un museo que sólo muestra su colección es sorpresa sólo para un turista. Hay cosas que son arcaicas, otras que son emergentes y otras que son tradicionales. Son tres niveles. No es un invento mío, sino del estudioso de la cultura Raymond Williams. Muchas veces se valoriza sólo lo emergente, no se presta la atención a lo arcaico, y a lo tradicional se lo desecha. Creo que hay que ser equitativamente interesado en las tres cosas, porque forman la actualidad”.
Las obras de Antonio Berni y las de Ernesto Deira tienen la particularidad de salirse de las líneas de lo previsible. Hay en esas figuras extrañas, con formas por momentos precarias, por otros futuristas. Sin embargo también están esos paisajes de Ramón Silva y los retratos de Raquel Forner en la colección Scheimberg. Y por si esto fuera poco, en el enorme salón principal donde hace casi cien años la alta burguesía bailaba con delicadeza mientras la servidumbre miraba fascinada, se erigen cuadros inmensos de Quinquela Martín, con sus coloridas postales de La Boca. ¿Qué significaciones se desatan a partir de estas obras en un Museo como el de Tigre, tan viejo y nuevo a la vez? En principio, hablan de una época nueva donde es necesario repensarla y entenderla, buscar sus huellas, diferenciar sus potencias de sus limitaciones. Los museos ya no son túneles inentendibles donde sólo transita la erudición. Ahora son caminos abiertos. Ahí hay un desafío.
– Desde hace un tiempo, los museos se volvieron lugares más amables para la mayoría de la sociedad. ¿Cómo se produjo este cambio?
– Creo que los museos, a lo largo de los últimos 30 años, fueron cambiando radicalmente. De ser mausoleos, de ser lugares casi como rituales, como ir a la iglesia, a la mezquita o a la sinagoga, dejaron ese aspecto y se convirtieron en lugares que combinan el entretenimiento con el conocimiento. En la exposición no ves objetos mudos sino objetos que tienen textos, que te explican qué es, visitas guiadas, audioguías, podés bajártelos al celular, en muchos casos tenés bares para tomar algo y computadoras para buscar información. Es decir, hay toda una serie de instrumentos tecnológicos de servicios que se implementaron en los museos que tiene que ver con el auge que tuvieron los centros culturales en la década del 70, que eran así. A partir de los años 80, el modelo de los centros culturales con su dinamismo y su modo de ser más informal y más atractivo se combinó con el modelo más antiguo del museo mausoleo que atesoraba obras que escasamente mostraba. Todo se modernizó, las formas de mostrar son más interactivas por un lado, pero por otro también pensadas y diseñadas. Yo vi esa evolución a lo largo de mi carrera. Yo entré al Museo de Bellas Artes cuando tenía 24 años y de allí hasta hoy se produjo un giro copernicano en las muestras y los servicios que los museos ofrecen.
– Frente al pronóstico de que la gente, con las nuevas tecnologías, iba a quedarse en su casa y dejar de salir, los museos parecen seguir muy activos…
– Las tecnologías ayudan y completan pero la experiencia directa es otra cosa. Esa es la gran diferencia que tiene el museo en comparación de otras experiencias educativas, que tiene objetos. Es una educación basada en objetos y, en los museos más modernos, en relatos, que tal vez reemplazan a los objetos. Pero siempre hay una base objetual que hace que vos estés interesado en ir. Además que el espacio está ritualizado de un modo particular, con lo cual no es lo mismo verlo por tele que ir. Esa experiencia en vivo y en directo es irremplazable. Es complementable, pero en sí es irremplazable. Siempre la reproducción está hecha en base a los ojos de alguien, que está muy bien, pero yo prefiero los míos.
– ¿Cómo hacer, entonces, para que el público deje de ver Netflix por un ratito y vaya a un museo?
– El museo tiene que ofrecer lo mismo que Netflix en términos de atractivo, no en términos de contenido. Los contenidos tiene que ser los contenidos propios. Yo no voy a armar una telenovela sobre Berni. Sí podría haber una telenovela sobre Berni, pero los cuadros tienen que estar. Yo creo que es una cuestión de lecturas, de distintas capacidades de lectura. Como el teatro, la ópera, la música en vivo, la gente sigue yendo a los espectáculos en vivo. El museo es lo mismo.
– ¿Y cómo pensar al museo respecto a lo comercial, ya que suele estar en tensión con el mercado?
– Está en tensión, aunque ahora es una tensión que se va compensando. Yo creo que no hay temas comerciales o no comerciales, sino formas comerciales de mostrar esos temas. Entonces vos podés mostrar la cosa más dura del mundo. Por ejemplo, fotos sobre el Holocausto. Lo podés plantear como una reflexión en imágenes de una tragedia terrorífica del siglo XX, o podés decir “venga y mire los cuerpos destrozados, las mujeres, los niños transportados…” O sea, el amarillismo existe, es una formación de atracción, no cabe ninguna duda. Pero creo que los museos tienen la responsabilidad de educar. Y cuando se habla de educar, hay cosas que no van. Hay nociones y criterios de educación que siguen estables. Hay muchos que cambian, por suerte, como que no nos hagan repetir cosas de memoria. Creo que la competencia entre los medios masivos de comunicación y los museos no existe tanto, cada vez tiende a existir menos, porque las exposiciones son medios de comunicación también. Están así encaradas en la actualidad. Por ejemplo, antes vos ibas al Museo de Ciencias Naturales y al lado había un cartelito con la palabra en latín, el nombre de la especie que estabas viendo, y eso era todo. En cambio hoy vas y, seguramente el cartelito está en alguna parte, pero también está agrupado por animales o mamíferos, y te muestran ese mundo desde la divulgación científica, un género diferente, pero es el lenguaje de la mejor comunicación masiva. Y eso es un compromiso.
– ¿Cuál es la función que tiene que tener el arte en una sociedad como la nuestra?
– Yo creo que el arte nos hace mejores, nos hace imaginar cosas que no nos imaginaríamos. Justamente estábamos hablando con los guías del departamento educativo. Les decía que la función del educador, del guía tiene que ser hacer ver lo que el visitante mira. Vos mirás, pero que veas es un proceso que requiere una intención cognitiva, y eso a veces ocurre solo, y sino hay que ayudarlo. Yo creo que el arte es eso: te ayuda a ver. Hay cosas que, sin darnos cuenta, las vemos a través del arte. Frecuentar el arte, usarlo, disfrutarlo, te ayuda a conocerte a vos mismo, a ver de otra manera la naturaleza. Es un instrumento que desde la antigüedad fue así. Pensá que el arte siempre tuvo como función la elevación del espíritu, como se decía más, el crecimiento personal. Incluso ver los frutos de la creatividad te hace encontrar la creatividad propia. Creo que el arte tiene una función fundamental para mejorar nuestras vidas. De hecho, creo que en la contemporaneidad hay muchísimo arte diluido en los medios de comunicación. Mucho más arte de lo que había en otras épocas.